Una noche en el Razz

La semana ha empezado. Ya es miércoles. Llevo ya dos días y medio haciendo clases y mi mente ya está pensando en el fin de semana. Pensando en que ocuparé el tiempo libre que la universidad me cede. Comparto mis pensamientos con mis compañeros, los cuales se encuentran en la misma situación. Debido a qué tenemos un problema común lo intentamos encontrar una solución también común. Se plantea el ir a casa de un colega. Nadie ofrece su casa y se cancela el planteamiento. Parece que a alguien se le enciende la bombilla. ¡Vamos a una discoteca! Parece una idea interesante, tiene una buena acogida mayoritariamente. Pero hemos de ir más allá. ¿A qué discoteca vamos? Las universidades tienen la curiosidad de que no existe un origen común. Cada cual tiene el suyo, uno es de Barcelona, otro de Terrassa, otro de Sant Feliu, otro de Valls, otro de Begues… entonces hay que encontrar un sitio que no esté lejos de todos. Siempre se acaba optando por ir a Barcelona, pues al final prima la variedad sobre la distancia que recorrer. Ya tenemos un plan y estamos medianamente ubicados en el mapa, pero concretemos. Está el típico que propone ir a Apolo, pero siempre está el otro que no soporta el tecno. Tampoco se puede ir a una discoteca de hip-hop porque a alguien no le gusta, ni a otra de “pachanga” por el mismo motivo. Hay que pensar en una discoteca donde todos se puedan sentir a gusto, una discoteca con varios estilos. Y a demás ha de tener bares cerca para beber más barato antes de entrar. Bueno, puesto que no me quiero enrollar mucho y el título ya le ha quitado la emoción que podría darle al asunto, digo que se acaba optando por ir a Razzmatazz.
Tras tres días de laborioso estudio (con una aceptable asistencia a las clases) y una noche de relax (véase apalancarse a ver una película, el peta es optativo) llega el sábado. La noche empieza sobre las ocho de la tarde, cuando te empiezas a preparar. Después de ducharte, peinarte, afeitarte/depilarte (depende de lo que prefieras hacer) y creerte bien atractivo, cruzas el umbral de tu puerta y sales de casa decidido a comerte el mundo. Llegas al lugar donde habías quedado para cenar con tus colegas. Entre media hora y tres cuartos de hora después de la hora que habíais quedado, y ha llega el último con una excusa muy deficiente en comparación con el tiempo que os ha hecho esperar, os disponéis a cenar. La cena puede ser muy variada: podéis ir a un chino del cual os acabareis quejando de la comida, pero es barato y con la sangría se puede pillar una buena. También se puede ir a un árabe, también es barato y la calidad es más aceptable, aunque para pillar la taja os saldrá un poco más caro. La opción de restaurante ya no es tan planteable debido al nivel adquisitivo de la juventud hoy en día. Y la opción McDondalds, no pillareis la taja pero acabareis antes, lo cual hace que se pueda ir antes al bar. Acabada la cena, con el estómago lleno, ya podemos injerir cualquier brebaje que se ponga a nuestro alcance. Nos dirigimos a la “Ovella Negra”, así podemos ir tanteando el ambiente a la par que nuestra sangre se va llenando de alcohol y nuestro tono de voz empieza a aumentar. Un par de combinados al gusto de cada uno y, entre cigarros y risas, ha llegado la hora de ir de una vez al Razz.
Qué mejor manera de bajar el alcohol que hacerte media horita (con suerte) de cola. En este momento empieza el caos que proseguirá hasta tocar la cama. Lo primero que hay que hacer es recordar quien fue el primero en proponer ir, en caso de no recordarlo podemos decir que lo dijo quien nos caiga peor. Sermón para hacerle sentir todo lo culpable que podamos. Acabado el sermón, y superados diez minutillos de cola volvemos a tener sed. En realidad no tenemos sed, pero nos jode haber pagado para cubatas y que al entrar estemos como antes de salir. Por lo tanto, y con un euro por banda, compramos una cerveza al primer vendedor ambulante (de los quinientos que creo que rondan las cercanías) que veamos. Con el gaznate fresco, las neuronas minimamente ralentizadas y el cuerpo relajado tras la bronca que le hemos pegado al culpable de nuestras desgracias podemos entrar. Por supuesto, antes hemos pasado el protocolo de la mirada de “soy Hulk Hogan pero con aún menos neuronas si cabe” del segurata de turno y haber desembolsado doce euros, dos mil de las antiguas pesetas, que nos cobran por una consumición (que si te la hicieses en casa costaría un euro) y cinco salas (de las cuales, con suerte, vas a acabar aprovechando una). Pero todo esto da igual, porque eres feliz, porque ya estás dentro, ya no existen los problemas. Lo primero que hay que hacer es ir a mear, pues llevas bebiendo media noche y en la cola te han venido unas ganas que no puedes más. Tras la meada, para la terraza. Aire puro, un segurata vestido de hombre de Harrielson y algún grupillo de chavales haciéndose un peta. ¡Pues a imitarlos! Te lías el petilla, te lo fumas y para dentro otra vez. Al entrar hay que ir directo a la barra a pedir la consumición (como antes, un combinado a la elección de cada uno).
Ahora somos realmente conscientes de que estamos de fiesta. Totalmente evadidos de la realidad debido al consumo de estupefacientes varios. Con una multitud de jóvenes soltando feromonas cual aspersor de césped. Música a un volumen que intenta dejarte sordo a toda costa. Y muchas luces y colores. Estás en pleno estado de catarsis, te sientes un chamán en medio de la tribu. Pero no lo eres, solo eres un borrachín. Pero feliz, eso no te lo quita nadie.
En este estado entras a la pista, pues da la casualidad que ponen una canción que te gusta (los hay con suerte). Estás bailando un rato, pero todavía ves demasiado bien a la gente, todavía percibes esa cara de salidos de los tíos, y esa cara de “soy guapa y tengo la autoestima por los suelos” de las tías. De nuevo a la barra, chupito de tequila. Ya casi estás en el punto óptimo para estar en una discoteca, pero falta un petilla. Vamos para arriba, pero ya que estamos bien nos paseamos por el resto de salas a ver que nos encontramos. Pasamos por el pop-bar, la música está bien, poco sitio para bailar, hay sillones, si esta noche ligamos hemos de venir aquí. Siguiente sala, deduzco que esta sala será gótica, no lo se porque no veo un carajo, mejor salir de aquí. Cuando estés de vuelta a casa, en el metro, leerás el panfleto que te han dado al salir y descubrirás que se llama Temple Beat, cosa que habrás olvidado al despertar y no recordarás hasta el próximo día que estés en el metro volviendo a casa después de una noche en el Razz. Siguiendo la ruta de las salas vuelves a pasar por la sala grande y entonces entras a una sala nueva. El Pop-bar. ¡Mierda! En esta sala ya he estado. ¿Cómo coño se llega al The Loft? Sigues dando vueltas, ves otra vez el lavabo, pasar por muchos pasillos y al final desistes. Y si haces esto con el Loft ya no te digo con el Lolita, que vendría a ser como la Atlántida, la gente habla de ella pero nadie la ha encontrado. Acabado el tour estás de vuelta en la terraza (pero más etílico que la primera vez). Empiezas a ver la belleza en todo lo que te rodea, en especial en lo que se mueve. De repente oyes un “bip”… “bip”… pero no sabes de donde procede. Te detienes para escuchar mejor y percibes que viene de tu interior. Es el radar interior que te avisa cuando hay cerca alguna presa para agobiar. Comienzas por orden: la amistad. Todos somos humanos, ergo, somos amigos (la lógica aplastante de las tres de la mañana). Te acercas al primer grupo que tienes cerca y quieres ser su amigo, les invitas a fumar lo cual disminuye la dificultad de tu objetivo. Estás charlando de la primera banalidad que se te pasa por la cabeza (fútbol, música o chicas) pero ya te han agobiado. Eres una persona despierta, activa, no te puedes quedar estancado en esta fase. Llegó la hora de buscar el amor. Y hablo de amor verdadero, el que es como la felicidad, efímero. Debido a la concienciación que habias hecho frente al espejo y todo lo que has metido en tu cuerpo piensas que eres muy guapo/a, que eres la más bella creación del creador. También agradeces al creador haber hecho también a los demás iguales que tú (pues no hay gente fea, solo faltan cubatas). Te decides por la primera persona que esté en el radio de tus brazos. El primer intento siempre fracasa, por lo tanto ni me molestaré en explicarlo. Pero es obvio que fracasa porque estás en la terraza y hay demasiada luz. Se te ven los ojos enrojecidos saliéndose de las órbitas, nos es una imagen con la que querría despertar. Vuelves a la sala grande pensando que al ser más grande hay más posibilidad de pillar cacho. Te tomas otro chupito para estar ya en la forma completa de tu ser. Es el momento de exhibirse, que la gente perciba las ondas que generas. Eres una mezcla de John Travolta y Elvis Presley (por supuesto, bajo tu punto de vista en el momento que tienes menos raciocinio de tu vida). Crees que la pista eclipsa tu creatividad y domo una flecha errante te diriges al podium. Ya eres un pez en el agua, tu ambiente tu gente, tu mundo… Pero no olvidas el verdadero objetivo, el amor. Pues a la discoteca has ido a pillar la super-borrachera, a reírte mucho o a ligar. Pero al final siempre vas a ligar. Aunque no quieras nada más, solo sentirte guapo, ganar ese auto-estima que te falta y así demostrarte superior al resto de los demás. Pues con el objetivo en mente vuelves a la pista. El primer intento ha sido fallido pero sabes que no pasa nada, queda la táctica del arrimamiento-en-baile. Bailas a tu bola, silbando la canción que suene en ese momento, y con el disimulo te colocas a un milímetro del blanco. El blanco te percibe, pone cara de indigestión, se separa un poco. Está clarísimo que se quiere hacer la/él interesante, lo percibes. Te arrimas aún más, sin dejar espacio a ninguna partícula que pudiese caber entre los dos. El blanco se gira otra vez, retoma la posición inicial, coge del brazo al colega que tenga más cercano y se aleja hacia la barra. Segundo fracaso. Pero no pasa nada, cuando la has visto bien tampoco era tan guapa/o, a demás tú no quieres ligar por tú físico, la gente que te importa es la que aprecia el interior. Vas a hacer el último chupito de la noche debido a lo bebido que vas y la hora que es. Cuando te lo bebes, y después de darle un tiro a un piti para no morir, observas que está ante ti tu media naranja. ¿Cómo puede ser que aún no la/le haya visto? Si estamos hechos el uno para el otro. Lo que te atrae no es su físico, es su interesante mirada (ja-ja-ja-ja). Te acercas, ves que no se aparta. Eso es una muy buena señal. Le hablas y no huye, esto va viento en popa. La/le invitas a tomar algo y a ir al Pop-bar (tu templo de sacrificio) para poder hablar mejor. Estáis hablando, coincidís en todo. Resulta sorprendente como se pueden tener conversaciones que parecen tan interesantes y en las que siempre te dan la razón cuando estás ligando. Bueno, si no pasa eso es que esta noche no toca, como mucho puedes ganar una conversación interesante, que quizás no compense el desgaste económico que has sufrido durante la noche, pero menos da una piedra. La cosa ha ido bien, ves que hay algo. Risa, risa, toque de mano, risa, beso, silencio inquietante, más beso, toqueteos varios, beso y movil/msn. Misión cumplida, ya tengo conversación para el camino de vuelta con mis colegas. Es la hora de cerrar las puertas y abrir las luces. Sales, esperas a tus colegas observando las caras que salen a esas horas de la discoteca. Te ríes mucho. Haces un par de colegas para toda la vida, a cambio de un cigarro, que nunca más volverás a ver. Y al cabo de un par de cigarrillos llegan los colegas. De camino a casa descubres como se llamaba la sala esa que no hay luz. Abrir la puerta, quitar las sábanas, y a dormir. Has tenido un día productivo, digno del joven medio. A esto es lo que aspiramos, este es el sueño de la juventud, ligar en la discoteca, reafirmarse como individuo, triunfar en la vida. Para que luego digan que en las bibliotecas se aprende más.

Kouto