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Con
el rock plenamente consolidado, comienzan a llegar sorpresas desde el Reino
Unido. Prácticamente a la vez surgen The Beatles y The Rolling Stones, a
quienes se sumarían en la extensión de la fiebre del rock bandas como The
Kinks, The Animals o The Who. Van Morrison fue otro de los pesos pesados de
ese momento, al igual que Small Faces o The Shadows. Al mismo tiempo, el rock
& roll adopta en Estados Unidos múltiples maneras de crecer. Jefferson
Airplane, Bob Dylan, The Band, Grateful Dead... Ya no se trataba de revisar el
rock clásico sino de transformarlo e innovar a partir de él, como es el caso
clarísimo de Jimi Hendrix. Pero también aparecería Janis Joplin así como los
Beach Boys (dando salida al surf rock) y otros nombres ilustres como The Doors
o The Velvet Underground. Y desde Reino Unido Pink Floyd (o la facción más
experimentadora del rock), Led Zeppelin y Deep Purple, quienes sembraron la
semilla del heavy metal.
Un huracán de ritmo y blues sacudía las estructuras de Norteamérica. En
Inglaterra contemplaban este fenómeno con las orejas muy abiertas: las
emisoras de radio comenzaron a emitir rock, se crearon sellos discográficos
especializados, se abrieron garitos para tocar en directo… Si eras joven y no
querías ser como Elvis es que estabas muerto.
El 2 de agosto de 1961 The Beatles debutaron en un antro llamado The Cavern
tocando rock and roll al estilo británico. Once meses más tarde los Rolling
Stones se presentaban en el Marquee londinense. Los primeros sintonizaron de
inmediato con el público y con las listas de éxito convirtiéndose en una
leyenda: “Somos más conocidos que Jesucristo”, aulló John Lennon mucho antes
de ser tiroteado en el pecho. Los segundos subieron el volumen de sus
amplificadores, encendieron unos porros y apostaron por mantener un sonido
negroide y constantes problemas con la ley y la moral: los Stones eran los
chicos malos, sus satánicas majestades, y estaban ahí para recordarnos que el
rock traía problemas.
Al reclamo del sexo, las drogas y el rock and roll se apuntaron decenas de
bandas británicas con personalidad propia, y con líderes muy definidos: los
Them de Van Morrison, los Animals de Eric Burdon, los Kinks de Ray Davis… Y
los Yardbirds,
una fábrica de crear guitarristas (Eric Clapton, Jimmy Page y Jeff Beck), que
pontificaban sobre el instrumento con el que se construyó el rock y sobre los
doce compases que le dieron sentido.
En Estados Unidos se mantuvieron fieles a sus raíces. Los negros, con una
discográfica llamada Tamla Motown como bandera, vieron crecer a estrellas del
calibre de Marvin Gaye, Stevie Wonder, Otis Reading, Ray Charles o Sam Cooke.
Motown nació como empresa familiar y, a lo largo de más de un centenar de
números uno en las listas norteamericanas, creó un sonido propio perfectamente
identificable donde se compaginaban la comercialidad y la calidad. Bautizada
como La Fábrica de Éxitos, es un ejemplo de discográfica coherente.
Mientras tanto, los blancos apostaron por revisar el folklore y confiar el
futuro de la música popular a un genio de carácter agrio y talento infinito:
Robert Allen Zimmerman, más conocido como Bob Dylan, el hombre incapaz de
escribir una canción mediocre. Dylan reinventó el folk y sembró poesía en el
rock. Su concierto en el Festival de Newport en 1965,
empuñando una guitarra eléctrica, le enfrentó a los puristas del folk, que un
año después llegaron a interrumpir su legendaria actuación en el Royal Albert
Hall al grito de “¡Judas!”. Había nacido el cantautor eléctrico, y la lista de
aquellos que siguieron su pasos ha sido tan larga como jugosa: Neil Young,
John Fogerty, Bruce Springsteen, Jackson Browne, Steve Earle, Steve Forbert…
La música como catalizador ideológico y como distribuidor de sueños. Corría
1967 y quedaban arrinconados los impulsos rebeldes del primer rock and roll en
favor de una propuesta de revolución social basada en la paz, el amor… y las
flores. Los hippies lucharon por un mundo mejor mientras escuchaban a The
Doors, a Janis Joplin, a Jimmy Hendrix, a Jefferson Airplane, a Grateful Dead…
El LSD era la droga de moda y la Costa Oeste californiana el paraíso.
“Vive deprisa, muere joven y tendrás un cadáver bien parecido”, acostumbraba a
decir Mick Jagger citando a Truman Capote.
Los abusos y la vida salvaje se cobraron numerosas víctimas, nombres ilustres
en la crónica negra del rock. El primero fue Buddy Holly, pero los más
llorados tenían por apellidos Hendrix, Jones, Joplin, Morrison… Todos ellos
participaron en los grandes festivales al aire libre que marcaron esas fechas
y dieron a la música en directo una gran importancia, tanto en el ámbito
sonoro como en el de acontecimiento social. Isla de Wight (31 de agosto y 1 de
septiembre del 68) y Woodstock (15-17 agosto del 67) fueron conciertos
multitudinarios en los que se reunieron más de 500.000 y de 450.000 personas,
respectivamente. Meses después el New York Times reconocía en un editorial que
el rock se había convertido en el arte actual más popular, vital y creativo.