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Pintura

El futurismo

El enunciado anterior fue lo que pudieron leer los lectores del FIGARO en el número del 20 de Febrero de 1909 de este diario, bajo el título “Manifiesto del Futurismo”. El firmante, Filippo Tomaso Marinetti, poseedor de uno de los primeros automóviles de la ciudad de Milán, era conocido, además, por haber participado estrechamente, desde 1893, en lo que había de más revolucionario en la vida intelectual parisense, es decir el simbolismo. Adepto entusiasta al verso libre que, por medio de su revista “Poesía”, intentaba difundir en Italia. Marinetti frecuentaba a Gustave Kahn, Moreas y Samain. También recibió importantes influencias de los precursores del espíritu moderno: Alfred Jarry y Saint-Pol-Roux. En la extraordinaria novela publicada por el primero de ellos, en 1902, “El Supermacho”, Se encuentra representado en toda su acuidad el problema de las relaciones íntimas entre el hombre y las máquinas. El segundo, mago de la imagen poética llevada a su magnificencia suprema, pudo escribir con “El ojo glotón”, publicado en 1901, el más conseguido de los poemas futuristas. Finalmente, sin olvidar tampoco las voluptuosas peregrinaciones del Barnabooth de Valery Larbaud, convine subrayar lo que pudo aportarle a Marinetti el unanismo de Jules Romains, cuyos relatos llevan títulos que sentarían bien a más de un cuadro futurista: La vida unánime, Un ser en marcha.
Criado en los “Cálidos invernaderos” del simbolismo, Marinetti debió experimentar una gran voluptuosidad en hacer saltar sus cristales cuando afirmó: “Puesto que la literatura ha magnificado hasta ahora la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño, nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto peligroso, la bofetada y el puñetazo”.
Deliberadamente, contraponía los valores viriles al desaforado elogio de la mujer, el cual procedente del simbolismo, se había extendido con el Art Nouveau a todos los aspectos de la sensibilidad y la creación. “Queremos glorificar la guerra- única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el ademán destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer”.
“¡Matemos el claro de la Luna!”, proclamaría luego Marinetti, prosiguiendo de modo muy coherente la ofensiva general desencadenada contra el pasadismo, es decir, contra el conjunto de las concepciones tradicionales que prevalecían en la expresión literaria y artística.
“Admirar un cuadro antiguo es derramar nuestra sensibilidad en una funeraria, en vez de impulsarla hacia adelante por medio de chorros violentos de creación y acción”. El futurismo descubrió los temas nuevos susceptibles de regenerar el arte y la literatura en el mundo del trabajo colectivo, con sus arsenales, sus tajos de obras y sus fábricas; en la extensión de los nuevos medios de transporte, desde las locomotoras hasta los paquebotes, desde el automóvil hasta el aeroplano y finalmente en “las resacas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas”. Ciertamente, años antes, se había planteado ya el debate con la revolución industrial. En 1878, Zola escribía a Paul Bourget: “¿Por qué considerar que una estación es fea?, una estación es muy bella”. Y Huysman celebró la estremecida belleza de las locomotoras.
El academismo virulento de finales del siglo XIX lo había hecho todo para eludir el problema. En cuanto a los impresionistas, su modernismo parecía, al menos, embotado por su apetito de luz, y las estaciones de Monet participaban del mismo universo confuso que las regatas de Argenteuil o los ninfeas.
Fue, pues, mérito indiscutible del futurismo afirmar brutalmente, no solo que el artista y el poeta podían hallar inspiración en la vida moderna, sino que debían ir a buscarla en ella y no en otra parte. Afirmación excesiva pero justificada en su propio exceso por la tontería agresiva de los conservadores. En todo caso, apenas impreso el manifiesto de Marinetti en Poesía, y apenas lo hubo él leído públicamente en el teatro Alfieri de Turín, se le juntaron Boccioni, Carrá y Russolo. Los pintores, pues, habían respondido a su llamamiento.

El dadaísmo

El dadaísmo que nació de la absurda e inútil matanza fraticida de la primera Guerra Mundial, también nace de la hipocresía social y de lo ilógico de la realidad imperante de los años de 1916, 1917. Como respuesta a todo esto, surge el movimiento nihilista llamado Dadá. Tristán Tzara fue quien bautizó a esta corriente que niega cualquier tipo de norma estética, inventando un juego libre de formas y colores, donde la poesía tiene un lenguaje incoherente que se destruye así mismo. Todo esta permitido. Nada es lógico; su primera expresión: la insolencia, la denuncia, el insulto, en el que Marcel Duchamp, Hans Arp, Soupault, Marx Ernst, Tzara, Antonin Artaud, André Bretón, y otros se especializan. Dada es un movimiento antiliterario, antipoético y antiarte, que termino en ser anti-él-mismo, pues llegó el momento en que Dadá se atrapó así mismo en un callejón sin salida y agoto todas sus posibilidades, murió como tantos dadaístas, por su propia mano.
Al dadaísmo le debemos el collage, los murales y sobre todo, el haber sacado al arte de los museos y de las casas de los burgueses. Lo hicieron popular. El arte no les pertenece, el arte es para el pueblo, para la gente, para que todos lo contemplen.
Las realizaciones dadaídstas pueden ser menores en cuanto a la obra, pero grandes en cuanto a la liberación artística, en cuanto al rompimiento de los valores artísticos dogmáticos de la época.
Abrieron una puerta definitiva a lo posible y lo imposible, a lo todo y a la nada. Uno de sus méritos más grandes fue también la destrucción necesaria para la creación. "Hoy todo vuelve a empezar -escribe Bretón- es fabuloso; renuncien a todo..." naciendo así, de las cenizas del Dadaísmo, el Surrealismo.

El Movimiento Surrealista

Ante todo, destacar para la comprensión del Surrealismo (surréalisme) que el movimiento surrealista, tanto en su concepción como en su desarrollo, estuvo influido por las teorías Freudianas y que pretende mostrar el mundo del subconsciente mediante imágenes.
Para comprender la importancia del movimiento surrealista en España y los efectos causados en el Cine, la Literatura y en el propio manifiesto de Salvador Dalí se debe analizar la Obra de Buñuel y de Lorca y El Surrealismo
"Une vague de reves de Aragon", aparecida en 1924, resume la actividad surrealista hasta ese momento. Durante el período que abarca de 1922 a 1923, ésta estuvo especialmente contenida en Littérature, órgano del movimiento hasta junio de 1924. Allí se encuentran nombres ya conocidos, Picabia, Breton, Eluard, Péret, Jaques Baron. Max Ernst, que, llegado de Alemania, aplicaba con éxito a sus cuadros la técnica del Papier Collé "collage" ya utilizada anteriormente por Picasso, y Desnos, que con el sinónimo de Rrose Sévaly tomado a Duchamp, reproducía frases habladas en estado de sueño y a las que en vigilia era incapaz de encontrarles equivalentes. "Juego de palabras de un rigor matemático" y en las cuales "el elemento cómico no existía". A ellas Breton da una gran importancia, por cuanto mostraban que las palabras viven una vida propia y son "creadoras de energía", y pueden, desde entonces, "gobernar el pensamiento". En el terreno del lenguaje las investigaciones iniciadas por Lautréamont, Mallarmé y Apollinaire, y seguidas por Picabia, Paulhan y Eluard, continúan en curso.
Refuerzos nuevos venidos de todos los puntos del horizonte engrosan las filas surrealistas: Georges Limbour, André Boiffard, Jean Carrive, Pierre Picon, Francis Gerard, Pierre Naville, Marcel Noll, Georges Malkine, Maxime Alexandre... Jóvenes casi todos, adolescentes algunos, que con maravillosa intempestuosidad se arrojan sobre el camino trazado por Breton. Y éste toma desde ese momento el lugar de caudillo, tanto por su aportación teórica como por su magnetismo personal del cual muy pocos de los que se le han aproximado pueden sustraerse.
El año 1924 asiste a la creación oficial del grupo surrealista. Sus lineamientos se han hecho ya lo bastante resistentes como para dar una buena trama. Se dice que una cosa está "en el ambiente" y esto pasaba con el surrealismo. No es sólo alrededor de Breton, sino un poco en todas partes, que se buscaba agruparse para emprender el trabajo que se preveía nuevo y eficaz. Un nombre estaba, después de Apollinaire, encontrado. Una revista dirigida por Ivan Goll lanza su primer número. Se llama "Surréalisme". Al final el movimiento se congrega en torno de Breton, rico de una experiencia única y el único capaz de darle su declaración de principios en el Manifiesto del Surrealismo. Además el grupo tiene su sede permanente, el Bureau de Recherches Surréalistes, en la calle Grenelle número 15 y, a partir del 1º de diciembre, su órgano en La Revolución Surréaliste. Pero también se hace notar por medio de "banderillas" turbadoras e incendiarias y por un panfleto de extrema virulencia contra Anatole France, muerto ese año. Y en tanto, una vida intensa moviliza a todo el grupo, donde es especialmente significativa una "fuga" de Paul Eluard.

La Época de los Sueños

La formal ruptura de Breton, Aragon, Eluard y Péret con el dadaísmo se produjo al día siguiente de fracasar el "Congreso para el establecimiento y las directivas del espíritu moderno", en el curso del año 1922. Esta ruptura se hizo necesaria por la antagónica manera de pensar de Tzara y Breton.
Tzara quería prolongar artificialmente, sobre un plano ideológico, el estado anárquico del arminstício. Este estado de cosas no fue más que una transición hacia una nueva estabilización económica, social y política de Europa, al menos por unos años. Otras maneras de pensar se formaban a partir de los descubrimientos científicos, filosóficos y psicológicos de Einstein, Heisenberg, de Broglie y Freud, que inauguraban una nueva concepción del mundo, de la materia y del hombre. Las nociones del relativismo universal, la ruina de la causalidad, la omnipotencia del inconsciente, rompiendo con las concepciones tradicionales fundadas sobre la lógica y el determinismo, imponen una óptica nueva y convidan a búsquedas fecundas y apasionadas que hacen inoficiosos el alboroto y la agitación estériles.
No puede negarse que gracias a Dadá el surrealismo desde sus comienzos negó la solución literaria, poética o plástica. El arte había recibido de manos de Dadá un golpe del que no se repondría en años, pero la ambición de los surrealistas no estaba en fundar sobre ruinas una nueva estética. Se ha visto que al final el arte encontró un beneficio de esto, que no fue un yerro. Al surrealismo lo consideraron sus creadores no como una nueva escuela, sino como un medio para el conocimiento de regiones novedosas que hasta el momento no habían sido sistemáticamente exploradas: el subconsciente, lo maravilloso, el sueño, la locura, los estados de alucinación. Si a esto se agrega lo fantástico y lo asombroso que existe en el mundo, tenemos, en una palabra, el reverso de la concepción lógica. El objetivo final será la conciliación de los dos campos hasta ahora antagónicos en el seno de una unidad total, primero de los hombres y luego de éstos y el mundo.
Mucho tiempo después de la creación del movimiento, esta voluntad de investigación científica en la zona develada pro Freud no los abandona, y es desde éste punto de vista que será honesto juzgar los resultados literarios y plásticos a los que llegaron, sin pretender sujetarlos a cánones de arte y belleza a los cuales jamás quisieron someterse.
La política surrealista se había iniciado en 1931 con tres folletos contra la "Exposición Colonial" y a favor de la Exposición Anticolonial" de los comunistas. Particularmente Aragon y Eluard se hicieron cargo, con pleno éxito, de la decoración de algunos de los "stands". Pero las relaciones entre surrealismo y el Partido Comunista Francés se habían puesto tirantes desde la ruptura de Aragon, y los surrealistas ponen en el tapete la movilización en masa de los "Congresos de Amsterdam - Pleyel" que, conducidos por Barbusse y Romain Rolland, debían retardar la guerra. No tienen confianza en el pacifismo humanitario de estos dos hombres y, pretendiéndose mejores discípulos de Lenin que los mismos comunistas, lanzan la famosa palabra de orden: "si quieren la paz, preparen la guerra civil".
En este momento, fines de 1933, cuando Breton, Eluard y Crevel son expulsados del Partido Comunista, no solamente por atacar las nuevas directivas comunistas, sino porque se les hace solidarios, y lo son en efecto, de un artículo de Ferdinand Alquié aparecido en Le Surréalisme au Service de la Révolution. Alquié denuncia el "viento de cretinización que sopla desde U.R.S.S.", sobre todo por realizaciones cinematográficas que, como "El Camino de la Vida", exaltan valores que consideran conformistas por los occidentales, aunque no fuese más que ese famoso amor al trabajo, la bestia negra de los surrealistas.