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De todos es conocida la multiplicidad en la personalidad del ser humano. De
todos es cuando menos intuida,
las facetas de la vida que escapan al intelecto, que no se acogen a ninguna
teoría razonable y aún así es evidente o palpable su presencia en nuestro ser y
hábitat. ¿Qué es el sexo? ¿ Es el mecanismo de la procreación? ¿ Es la
demostración más pura del amor? ¿ Es un divertimento de relax para el ser
humano? ¿ Un juego placentero? ¿ Un intercambio de energías? ¿ Un ritual de
exaltación espiritual? ¿O las mil y una teorías que existen al respecto?...
Bajemos de la nubes por unos instantes e instalémonos en la práctica sexual más
común y generalizada en la actualidad. Aquí nos encontramos con las sapiencias y
teorías de psicólogos, sexólogos, ginecólogos, neurólogos etc..... Nos
encontramos en un mundo que maneja la incitación sexual en la imagen del cuerpo.
Nos hallamos en la cultura del sexo-comercio, sexo-publicitario, sexo de
superficie. Con una incultura sexual absoluta, producto de una censura
espiritualista y burdamente mística, que ha degenerado por un lado, en la
permitida mecánica de las practicas sexuales para la procreación, y por otro
lado, en un resurgir rebelde hacia los placeres sexuales por estimulaciones
visuales, pasionales, de usar y tirar, de ocio o distracción. Una concepción
sexual basculando desde la frivolidad hasta los más extremos juegos que colocan
al sujeto en los límites físicos y psíquicos. ¿ Pero siempre ha sido así?
¿Siempre hemos padecido esta falta de conocimiento sobre nosotros mismo, sobre
nuestro potencial energético, sobre nuestro potencial sexual? Las respuesta es
no. Existen muchas teorías sobre el desapego que vivimos actualmente hacia la
individualidad, sobre el arrastre educacional y social que nos conduce desde
niños a vivir en la superficie de la vida . Careciendo por completo de una
instrucción que nos lleve a explorarnos interiormente. La educación que
recibimos nos insta a anular nuestras percepciones interiores y a considerar
malignas, viciosas , tóxicas todas las experiencias interiores que
nos den una visión distinta a la colectiva, sobre todo si ahondamos en los
placeres o éxtasis de nuestro cuerpo. ¿Que es lo que piensas cuando estás en una
relación sexual? ¿En que se fija tu atención? ¿Que es exactamente lo que
sientes? ¿Percibes lo que siente la otra/s persona/s en ese momento? ¿Es el sexo
para ti, un camino y una practica para alcanzar un orgasmo? ¿Que es para ti un
orgasmo? ¿Te quedas plenamente realizado y satisfecho después de un orgasmo? ¿En
todas tus prácticas sexuales el amor y el placer sexual se corresponden a lo que
expresas y sientes? ¿Qué pretendes de una relación sexual o de un orgasmo? ¿Das
por finalizada la relación sexual cuando se llega a un orgasmo? Y resumiendo
todas estas preguntas en una ¿Qué piensas tu que es el sexo? Evidentemente en
esta sección que acabamos de estrenar, no vamos a saber contestar todas estas
preguntas por ti, pues son parte, producto y consecuencia de tu conocimiento
interior, de tu individualidad. Ya que tratamos de enlazar el tema hacia la
individualidad y abordamos la multiplicidad del ser humano, quizás el más
acertado para esbozar inicialmente esta sección sea el " Mito Andrógino". Tal
ves lo que más nos recuerde a este Mito, aunque lo podremos observar también al
recorrer otras culturas, sea Platón cuando trata la existencia del amor
en
" El Banquete de Platón" allí se esbozan dos teorías del amor expuestas por
Aristófanes y Diotima respectivamente, dos teorías que tienden a complementarse
entre sí. Como ocurre prácticamente con todo lo que Platón introduce en su
filosofía, también este mito es iniciativo. En otras literaturas muy dispares,
encontramos subterráneamente este Mito, desde los medios esotéricos y gnósticos
de la Antigüedad hasta autores de la Edad Media y de los primeros siglos de la
era Moderna. También los encontramos en las culturas de otros continentes. Según
Platón existió una raza primordial –cuya especie está ahora extinguida-, raza
formada por seres que llevaban en sí ambos principios, el masculino y el
femenino. Pero los miembros de aquella raza andrógina eran extraordinariamente
fuertes y atrevidos, también de corazón soberbio y acabaron atacando a los
Dioses. Como consecuencias los dioses paralizaron su poder partiéndolos en dos.
De ahí la aparición de seres de distinto sexo; en los que sin embargo perdura el
recuerdo de su estado anterior y en los que se despierta el deseo de reconstruir
la unidad primordial. Aparte de la partición común de los amantes en el placer
sexual, el alma de cada uno de los dos anhela manifiestamente (..) otra cosa que
no sabe expresar, un anhelo cuyo objeto sin embargo adivina y da a entender.
Como prueba a posteriori, Platón pregunta a los amantes por boca de Efestos -
¿Es de esto de lo que sentís deseo, de fundiros lo más posible el uno con el
otro en un sólo ser de manera que no os abandonéis el uno del otro ni de noche
ni de día?. Si es eso en efecto lo que deseáis , yo no pido otra cosa que
fundiros en uno y, con mi fuelle de herrero, haced de vosotros una aleación de
tal modo que, de dos seres que sois seáis uno sólo y, mientras viváis , viváis
los dos juntos en existencia común como si fueseis un sólo ser; luego tras la
muerte, allá abajo en el Hades, en vez de ser dos , seguiréis siendo uno sólo,
al haber tenido ambos una muerte común. Venga mirad a ver si es eso lo que
anheláis y si estaréis satisfechos de haber obtenido que se realice.
Así en esa seguridad fábula Platón con el ser primordial. Pero no trata sobre
seres de otra raza tal como figura en la fábula, más bien intenta establecer un
estado, una concepción espiritual de los orígenes, en una doctrina de los
estados múltiples del ser. Desmitificando, ese estado se nos mostrará como un
ser absoluto (no partido, no dual), estado de unidad pura y por ello estado de
inmortalidad. Extremo que confirma la doctrina que más adelante en El banquete,
se expresa por boca de Diotima, y a la que se expone en el Fedro, en la que pese
a la referencia en lo que iba a llamar " amor Platónico" y a la teoría de la
belleza, está explícita la conexión de las dos teorías del amor según Platón, el
mito de la androgínia y el Mito del amor platónico. También en la Biblia se
habla de Androgínia del ser primordial
hecho a imagen de dios (Hombre y Mujer los creó Génesis, I,27) y algunos han
atribuido el nombre de Eva el sentido de la vida, la viva. En las
interpretaciones cabalísticas, el separarse el andrógino la mujer-vida se pone
en relación con la caída y termina por equivaler a la exclusión de Adán del
Árbol de la vida, para que no sea como uno de nosotros (un dios) y no viva para
siempre ( Génesis, III,22). Con lo cual complementaríamos el Mito andrógino y el
platónico como una secuencia del paso de la unidad a la dualidad, y en esa
dualidad el sexo y el deseo sexual fueran el instinto y camino en búsqueda de la
perdida unidad primordial y la inmortalidad. Como Platón muchos otros
atribuyeron durante siglos un sentido de búsqueda de la inmortalidad en el sexo,
de ahí que muchos en la Edad Media justificaran el placer extático del orgasmo.
Ya que al fundirse dos cuerpo, al mezclar sus espíritus por unos instantes se
roza el estado original. Lo que si que podemos concluir es que al contrario de
lo que vemos en este final de siglo XX en los medios de comunicación, al
contrario de nuestra percepción actual del sexo, en todas las culturas existen
filosofías y místicas que conectan el sexo y su prácticas con el sentido, más
puro de la espiritualidad, del instinto y de la magia natural o
refortalecimiento energético. Sirva pues esta introducción en la que hemos
preferido anecdóticamente la aguda brillantez de Platón, para plasmar la
relación entre sexo y espíritu, que muchas religiones han intentado negar e
incluso condenar. Mientras el resto de los mortales la hemos detectado de manera
natural, aunque durante siglo intentasen inculcarnos en la creencia de que el
sexo era para procrear y el resto de prácticas sexuales eran diabólicas y
malignas. Miremos el sexo con seso, a través de un espejo convexo, sin límites,
sin tabúes, ni vergüenzas, al fin y al cabo hablaremos de nosotros mismos de
nuestro cuerpo físico y nuestras percepciones interiores o espirituales. Miremos
el sexo sin encuadrarlo simplemente en un coito genital, tratemos el sexo sin la
obsesión a priori del orgasmo o de la procreación. Descubramos el sexo a través
de sus infinitas posibilidades.
El
Arte de la Alcoba constituye el clímax de las emociones humanas, y comprende el
camino Supremo (Tao). Por ello, los Reyes Santos de la antigüedad regularon los
placeres externos del hombre para poder frenar sus pasiones internas y crearon
reglas específicas sobre el contacto sexual. Aquél que regule sus placeres
sexuales se sentirá en paz y vivirá muchos años. A lo largo de cientos de años
los estudios sobre la sexualidad han estado siempre presentes en la cultura
china. El trato del tema con apertura es apenas reciente para occidente, cuando
ya desde la primera dinastía Han (221 a.C.- 24 d.C.) se habían escrito
meticulosos tratados en los que detallaba toda su actividad. Uno de los aspectos
que más impactó a los chinos en su encuentro con occidente fue el trato oculto y
prohibitivo que se la daba al tema del sexo - el cual se originó posteriormente
a la cristiandad -. La riqueza en el uso de los términos y la belleza con la
cual la sexualidad es expuesta en la literatura china no puede más que generar
admiración y respeto hacia una cultura que gracias a su visión del mundo no se
limito en ese aspecto a sí misma, permitiéndose tratar una de las actividades
humanas de mayor importancia con toda la creatividad y sabiduría que nos
caracteriza como raza.
Planteamientos Generales
La mayoría de los principales planteamientos acerca de la sexualidad china
fueron probablemente ya elaborados entre los años 500 a.C. y 200 a.C. Aún cuando
los términos y conceptos parezcan anticuados y ajenos a nuestra contemporaneidad
es de suma importancia tenerlos siempre presente cuando se realice la lectura de
los tratados, ya que ayudaran a una cabal comprensión de la vida y costumbres
sexuales de esta antigua cultura. A continuación serán expuestos de manera
resumida.
La Mujer
Todas las secreciones y fluidos del útero y de la vulva de la mujer constituyen
la esencia Ying, la cual es un revestimiento necesario para permitirle al semen
masculino convertirse en embrión. La mujer
contiene un depósito de esencia Ying inagotable, a diferencia del hombre cuya
cantidad de esperma es limitada.
La Relación Sexual
El contacto sexual cumplía con un doble objetivo. Por una parte tenía como fin
la concepción, para que el hombre cumpliera su papel en el orden universal al
perpetuar la familia. Este era un deber sagrado ante sus ancestros ya que la
felicidad de los difuntos se aseguraba con los sacrificios de los descendientes
en la tierra. En segundo lugar, el acto sexual era la oportunidad para
fortalecer la vitalidad masculina a través de la absorción de la esencia Ying de
la mujer, a la vez la mujer se beneficiaba al activarse su naturaleza Ying
latente. El coito es considerado parte del orden natural y la práctica del mismo
es deber sagrado de todo hombre y de toda mujer, nunca es asociado a la culpa
moral. Esta unión se practica en la privacidad familiar, no por ser algo
indecoroso, sino que debido a su raíz de carácter divino no debe realizarse
frente a extraños.
El Hombre
El esperma es el bien más precioso del hombre, es fuente de su salud física y de
su energía vital. Esta última disminuirá a menos que se compense con una
cantidad equivalente de esencia Ying femenina. Para ellos el hombre debe darle
completa satisfacción a la mujer cada vez que tiene contacto sexual con ella.
Debido a la porción limitada de esperma que el hombre posee, debe restringir la
eyaculación especialmente a los días en los cuales la mujer es más propensa para
concebir, esto es, cuando ella tenga
la suficiente esencia Ying que provea una fertilidad mayor. Durante los otros
días el hombre debía hacer que la mujer alcanzara el orgasmo sin él eyacular. De
esta forma ambos se beneficiarían en cada coito: él fortaleciendo su esencia
vital, ella estimulando e intensificando su esencia Ying. Este principio
implicaba que el hombre tenía que aprender a prolongar el acto sexual sin llegar
al orgasmo de modo que pudiera absorber, al aumentar el tiempo en el cual su
miembro estaba en el interior de la mujer, la esencia Ying que lo revitaliza.
El cine mudo, con sus primeros desnudos, algunos escondidos detrás de una gasa y
otros más descarados en películas históricas que permitían un estudio más
antropológico del ser humano, ya mostraba tímidamente algunas partes del cuerpo
humano prohibitivas para la época. Ya, en 1898 se atrevieron a rodar un beso de
tornillo para escarnio de la sociedad de la época. Por supuesto aquel primer
experimento se llamó El beso.
En los años veinte se permitía enseñar en alguna película americana de romanos,
como Maciste, alguna tortura a mujeres que tenían al sadomasoquismo como
bandera. En el cine francés estaba más liberado y se permitían el lujo de
mostrar senos, desnudos completos y fabricar alguna muestra totalmente
pornográfica, aunque nunca como lo conocemos hoy, sino con señores salidos de
grandes bigotes que se atreven a tocar. Pero el cine internacional todavía no
había visto ningún desnudo claro y todo estaba disimulado.
En el año 1932, la checa Hedy Kiesler era sorprendida por estar desnuda en un
baño antológico para la
historia del cine en Éxtasis. La película dio la vuelta al mundo y la actriz fue
exportada a Estados Unidos para que se convirtiera en Hedy Lamarr. A partir de
aquí empieza la época de oro del cine y el erotismo está presente en todo su
esplendor, pero nunca sacando los pies del plato como en el cine europeo y,
sobre todo, en el francés que se convierte en el símbolo liberador de la época,
aunque tampoco el italiano se queda atrás, a pesar de que el fascismo era el
propagador del cine histórico. El desnudo artístico fue la excusa necesaria para
enseñar algo. Fue Marlene Dietrich quién demostró al mundo lo que era la
ambigüedad y el erotismo lésbico. En El ángel azul se atrevía a besar a una
mujer y en su viaje a Hollywood revolucionó la forma femenina. El erotismo
estaba a la orden del día, pero siempre en insinuaciones que se hacían
infantiles. En Tarzán de los monos el taparrabos de Weissmuller y la minifalda
de O´Sullivan se quedaban en cosa de niños tras oír una conversación en el agua
donde no se insinúa "eso de hacer el amor", sino que se propone directamente.
En los cuarenta el cine americano estaba repleto de símbolos eróticos con falda
corta o biombos a la altura
del pecho, pero nada se enseñaba. Hasta que llegó Rita Hayworth. En Salomé lo
intuyó, pero en Gilda se desnudó, aunque sólo fuera un guante. El escándalo fue
descomunal. Mientras, en la Italia de la posguerra, Silvana Mangano demostraba
que unos shorts ajustados y un jersey dos tallas menores era la excusa necesaria
para que Arroz amargo se convirtiera en un film de culto.
Los cuarenta fue el tiempo del erotismo, nunca del desnudo, hasta la llegada del
macarthismo con su caza de brujas. La bochornosa persecución de los comunistas
de Hollywood a finales de estos años creó en los cincuenta un clima de rareza
que escondió las formas.
Después del macarthismo, que tan solo duró un lustro, la estructura seguía casi
igual, pero no las fórmulas que volvieron a retraerse. De repente hace su
aparición una rubia cañón que machacó todos los prejuicios y revolucionó el
panorama. Marilyn Monroe había hecho desnudos para calendarios y no se cortó ni
un pelo a la hora de explotar su pecho y cadera, pero siempre dentro de un orden
lógico. Como se muestra en Cadena perpetua de la Hayworth pasa a Marilyn y de
aquí a Raquel Welch. Los
jóvenes empezaban a mutar hacia una generación más imperfecta y gamberra.
Comenzaba la ruptura con el seno materno. Los mitos eróticos empezaban a ser
leyenda viva para muchos adultos precoces que concebían el sexo como algo
liberalizador. Los cincuenta se convirtieron, sin quererlo, en la antesala de la
nueva forma de ver el desnudo por la sociedad.
En los setenta todo cambió radicalmente. La moda de la liberación sexual y del
hippismo llegó al cine americano de lleno. Ya no se escondía nada y el público
pedía más aún. Los directores enseñaban cuerpos desnudos si lo pedía el guión y,
en algunos casos, si no lo pedía también. Pero a la hora de enseñar el acto
sexual todavía era muy cohibido. Se mostraba, pero de una forma alejada. Pero en
el cine americano reaccionó positivamente. Ya se permitía el lujo de desnudar a
sus actrices y enseñar, de vez en cuando, algún pezón sin escándalo. En Europa
siempre hemos estado a la vanguardia. El mismísimo Passolini se dedicaba a
mostrar a sus actores según los había parido su madre y dibujaba, como si fuera
un renacentista que pedía a gritos el naturalismo, los homosexuales sin ningún
pudor. Símbolos claramente fálicos y transgresores para dar fuerza a un cine
complejo de ética y estética. El sexo dejó de ser tabú para adornar con bellos
cuerpos, tanto masculinos como femeninos, el metraje de cualquier película. En
España la escuela de Barcelona y algún otro movimiento esporádico lograban
saltar la férrea censura que empezaba a filtrar algunos cuerpos sin que se
movieran en lo político. Nunca se podía pensar en el cambio tan drástico que se
daría en unos pocos años.
A finales de los sesenta empieza el boom. El cien pornográfico acentúa sus
ventas en salas preparadas para tal fin. Hacer el amor se convirtió en algo
natural y empieza la época dorada del cine porno. El primer
lustro de la década de los setenta deparó el comienzo de Emmanuelle, con Silvia
Kristel en la cabecera de la historia. En Estados Unidos Andy Warhol y el
underground mostraban sus intérpretes desnudas al completo como reivindicación
de un naturalismo que intentaba cambiar el arte sin éxito. Y sobre todo se
comercializó la pornografía para el público en general, aunque llevaba muchos
años ya inventada.
Pasar los Pirineos para ir tan solo al cine a ver una película se convirtió en
una moda en esta España, que esperaba con una mano y rezaba con la otra. La
sociedad hispánica de principios de los setenta se convirtió en caldo de cultivo
par las modas progresistas, mientras que la censura todavía seguía haciendo de
las suyas. El último tango en París se convirtió en una película señera para
seguir el erotismo cinematográfico en este país.
El paso del erotismo a la pornografía, a veces, es tan solo una cuestión de
encuadre. La posición voyerista del espectador se traduce en perversión al ver
alguna pareja hacer el amor. Pero es el director del film el que decide lo que
tenemos o no que ver. Es él el maestro de ceremonias y el que manda sobre la
información. En la otra rama, la del erotismo, se le pide más a la imaginación
calenturienta del espectador, que se monta su propia película en el
subconsciente.
La aparición de la pornografía en el mercado de los setenta fue una explosión a
nivel mundial que se ganó por el deseo de quitarse la represión vivida durante
casi todo el siglo. Pero el cine pornográfico tenía un claro problema: entre
unos y otros la cosa se repetía demasiado. ¿Cuál era la fórmula para agilizarlo?
Contar una historia mínima que agilice el paso. Con esta condición nacieron los
primeros casos de clásicos de este género como Garganta profunda y su saga, en
donde se cambiaba el clítoris
de sitio por otro más sabroso, Detrás de la puerta verde, donde se mostraba una
orgía mítica y El fantasma de la Señora Jones, donde nos mostraba que las
serpientes pueden ser de lo más cariñoso. Era el principio de los setenta y cada
vez más se consumía de este producto que fue tomando fama. Mientras el cine
europeo se dedicaba a hacer productos más light, pornografía menos dura que
servía para lanzar a algunas parejas más avanzadas hacia el camastro. Esta moda
derivaría, años después, en los productos que Tinto Brass y Mario Salieri como
muestras más artísticas de este género.
En España se empezó a abrir el mercado hasta que en el año 75, tras la muerte de
Franco y la próxima llegada de la Democracia, la avalancha no pudo ser contenida
por la censura. Las películas "S" se sucedían en las salas comerciales y la
industria se lanzó de lleno hacia la pornografía. Todos los productos normales
de la época se llenaron de pechos, traseros y otras cosas menos pudorosas. Era
la época de "El Destape" que marcó una penosa calidad fílmica en busca de un
espectador que habría que dosificarlo. No había cinta sin desnudo. Era la
reacción lógica de la política liberalizadora. Corrían otros tiempos. Se cambió
el panorama cinematográfico de la noche a la mañana. Todas las actrices que
estaban en edad de merecer decidieron sumarse a la moda del desnudo como Analía
Gade, Carmen Sevilla, Mari Paz Pondal o Pepa Flores (alias Marisol). Las demás
desaparecieron. Y paralelamente se creó una generación de buenorras en pelotas
que, con el paso de los años, se fueron perdiendo en el olvido entre las que se
encontraban Nadiuska, María José Cantudo, Bárbara Rey o Agatha Lys, que se llevó
los laureles de la reina del destape cuando se especializó en este genero.
Nunca se ha agotado la pornografía, pero cayó por su propio peso cuando la gente
se acostumbró a que todas las películas llevaran desnudos. El público español de
los ochenta empezó a dar la espalda a su
cine y no había razón para seguir por esos derroteros. Cuando se fue
consolidando la Constitución fue decayendo este negocio que se escapó de las
manos sin transición ninguna. En el cine de los ochenta había un poco de todo.
Algunos seguían con el despelote indiscriminado, como las archipopulares
películas de Mariano Ozores con Pajares y Esteso, pero, en líneas generales, si
había un desnudo era por exigencia del guión.
Los ochenta fueron unos años más equilibrados e incluso de receso. La parición
del SIDA cambió el panorama sexual del cine a finales del decenio. El productor
Salman King buscó la fórmula de hacer una película de sexo sin que viéramos
nada, pero se intuía gracias a la novedosa técnica del vídeo clip. Adrian Lyne
dirigió Nueve semanas y media para enseñar lo esencial y dejar mentes a su libre
albedrío en esa penosa muestra de algo que pretenden llamar film.
El virus contaminante influyó tanto que tuvo que cambiar sus postulados hasta
hacer que una relación extramatrimonial sea castigada en Atracción fatal. Los
mitos sensuales cambiaron de aspecto y se buscaron de otras nacionalidades,
olvidándose de la dominante casta irlandesa que había conducido el cine
americano del resto del siglo. Una película del fetichista holandés Verhoeven,
Instinto básico, devolvió al cine americano la necesaria picantez para situarse
en el sito intermedio en que nos encontramos hoy en día. La pornografía mal en
cine, pero en vídeo hay de sobras.